» El jadín del Nacional (Relato en castellano)
On 21, Dic 2014 | No Comments | In Relatos | By Héctor Carré
El jadín del Nacional (Relato en castellano)
El jardín del Nacional
–A golpes, estuvimos a punto de acabar a golpes. Tú no te imaginas lo violenta que podía ponerse Sara. Nadie se lo imagina porque sólo se dejaba llevar por esa furia cuando estaba conmigo…
…Según me contó su padre, de niña se pegaba con los hermanos como si fuera una gata rabiosa y en la adolescencia era a ellos, a sus pobres padres, a los que volvía locos con terribles explosiones de cólera. Fuera del círculo familiar más íntimo siempre se comportó como tú la conocías. Dulce, paciente, entregada a los demás. Una auténtica misionera. No es que conmigo fuera mala. Al contrario, pero cuando la dominaba la ira se transformaba en un demonio. Incluso le cambiaba la voz, que se hacía turbia y parecía resonar dentro de un cuerpo corrompido. Apretaba los dientes como si fuera a morderme y los ojos se le llenaban de un odio y un desprecio que no sólo me dolía, si no que llegaba a asustarme. Lo más extraordinario es que cinco minutos después de atravesarme con una mirada envenenada y de derribar las paredes de casa con sus gritos, podía volver a comportarse con toda naturalidad, como si nada hubiera pasado. Si intentaba hablarle de esa debilidad suya, siempre volvía a ponerse agresiva. No importaba el momento que eligiese para abordar el tema. Daba igual que estuviésemos de un humor excelente o incluso que acabásemos de hacer el amor. En cuando pretendía hacerle entender que podía decirme lo que le viniese en gana sin necesidad de añadir esa carga de odio a la mirada, sin demostrar ese terrible desprecio, ella decía que formaba parte de su carácter y que yo tenía cosas mucho peores. No razonaba, ni siquiera me escuchaba, sólo quería defenderse, a dentelladas, como si al pedirle que no fuese tan agresiva, pretendiese arrancarle un tesoro. Bueno, el caso es que ese día discutimos. Fue al acabar el desayuno. No puedo decirte exactamente como empezó. Recuerdo un montón de peleas horribles, pero no tengo ni idea de cómo empezaron. Alguna chispa encendía la hoguera y luego ya no había forma de apagar el incendio. Ese día fue verdaderamente desagradable. No se como pude contenerme. Tenía unas ganas tremendas de hacerla callar a golpes. Todo el cuerpo me lo pedía a gritos. Dale una buena bofetada. Dale una hostia a ver si deja de gritar de una vez. Pero afortunadamente no soy un hombre de acción. Me limité a soltar todo el veneno que pude. La insulté como nunca lo había hecho. Le dije cosas horribles, algunas las pensaba de verdad, pero otras no. Sólo las dije para hacerle daño… El día que desapareció.
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