Películas
Hablando de selfies
On 10, Oct 2014 | No Comments | In Películas | By Héctor Carré
Ayer fui acusado en Facebook de ser el hombre que inventó el selfie.
Aún viniendo tal acusación de un buen amigo, y sabiendo por tanto que no se trata de un intento de difamar mi imagen pública, ya de por si maltrecha, me veo en la obligación de aportar cierta luz sobre el aserto. Lo haré por temor a ser efectivamente considerado responsable de la peste autoretratante que nos invade, puesto que de ser mía la responsabilidad de tan egocéntrico acto, habría aportado a la humanidad un rasgo determinante de su probable decadencia. Confieso que, pese a la culpa que pueda finalmente serme atribuida y no siendo yo mismo inmune a esa plebeya práctica, la fiebre del selfie me parece un poco enfermiza. Es cierto que tiene algo de universal y de democrático, puesto que el virus infecta por igual a siervos y a gobernantes. Tan pronto vemos al presidente de los Estados Unidos ganarse la reprimenda de su parienta por meterse en el selfie de otra señora, como comprobamos diariamente en la televisión como el pueblo insiste en hacerse selfies junto a sus ídolos, o como los galardonados en cualquier ceremonia no pierden la ocasión de fotografiarse en el mismo escenario donde reciben el galardón.
Creo que corría el año 1988 y yo estaba trabajando en una película en la que la figuración vestía a menudo con uniforme nazi, como puede verse esta simpática instantánea. En aquella época usábamos unas radios de rodaje Motorola que tenían un micro de mano que permitía jugar con ellos como si fuesen un yo-yo. Nos lo pasábamos en grande. Con todo, yo no estaba acostumbrado a trabajar en una serie A de Hollywood y había algo que me producía cierta inquietud. Necesitaba algo y no acababa de saber que era.
Un día encontré una respuesta, naturalmente dictada por mi ego. Quería hacerme una foto con el director de la película. En aquella época los teléfonos móviles eran unos armatostes diseñados para llevar en el coche y, naturalmente, no hacían fotografías. En el rodaje había un fotógrafo que hacía la foto fija, un inglés cuyo nombre no recuerdo y que tuvo la amabilidad de hacer y regalarme la foto en B&N que aparece aquí, pero yo no tenía mucho trato con él y no era plan de ir a decirle que me hiciese una foto con el dire.
Pasé algunos días rumiando la idea. Los de dirección pedíamos a veces la cámara polaroid a la gente de continuidad para hacer alguna foto de los figurantes o para lo que fuese, así que pensé que esa sería la cámara que utilizaría. Pero seguía habiendo un problema. Tenía que pedirle permiso al dire para hacer la foto. Yo apenas hablaba con él. Era tercer ayudante. Me encargaba de controlar ciertas parcelas del espacio para evitar que alguien entrase en cuadro por error, ayudaba a coordinar los movimientos de vehículos y equipo, trasladaba información de un departamento a otro, organizada los movimientos de los extras, etc. Pero normalmente mi trabajo no me llevaba a hablar con los jefes de equipo, a excepción de los míos, que eran David Tomblin y José Luis Escolar. Volví a necesitar varios días para vencer la vergüenza y el miedo de que el dire me mandase a paseo. Finalmente encontré el valor suficiente. Estábamos en la estación de tren de Guadix, que en la ficción representa a Iskenderum, y teníamos que esperar un momento mientras se montaba algo. El director estaba inactivo, cosa que pasa en muy pocas ocasiones, y yo también, así que corrí a buscar la cámara y le pregunté si le importaría que me hiciese una fotografía con él. Pese e mis temores aceptó de inmediato. Como las Polaroid tenían el disparador frontal resultaba relativamente fácil extender el brazo, apuntar y disparar. Esta foto es el resultado del primer intento.
(El está bien pero yo parezco medio idiota, porque estoy pendiente del encuadre y el disparador)
Aunque solo pensaba en desaparecer de allí temiendo la envidia y la saña de mis compañeros por mi rasgo de egocentrismo al convertirme en el único que tenía una foto personal junto al dire, Spielberg estaba sorprendido por la inusual manera de hacerla, sin que nadie mirase por el visor, y temía que estuviese mal encuadrada. Yo le dije que sabiendo aproximadamente el ángulo que cubría la óptica y apuntando bien, la foto quedaría aceptable. Pero el insistió en asegurarse y mientras observábamos como la fotografía se revelaba sola, llamó a su ayudante personal y le dijo que hiciese otra. Esta.
Después propuso una sin las gorras.
Finalmente, después de comparar las tres me dijo que yo tenía razón, que la primera era la mejor y se marchó a seguir con lo suyo. Ese fue el momento del rodaje en el que hablé con él durante más tiempo. Cuando alguien te parece un fenómeno resulta muy agradable que te dedique un halago, por pequeño que sea. En fin, que la cosa me gustó tanto que desde esa película, tomé la costumbre de hacerme una polaroid con el dire, con un actor, o con algo que me gustase o me pareciese significativo.
Por ese motivo David Martínez me acusaba ayer en Facebook de haber inventado el selfie, como si Durero, Rembrandt, Velázquez y tantos otros no lo hubiesen inventado antes.
Aquí estoy haciendo el indio con David, Pedro Olea y José Luis Escolar, durante una noche helada en El Escorial durante el rodaje de El maestro de esgrima. Esta está un poco deteriorada y obviamente no es un selfie, porque la hizo alguien, creo que la gran Yuyi Beringola, la script.
En definitiva creo que el autorretrato es consustancial al ser humano, al menos para aquellos seres humanos que no han podido vencer al ego mediante la práctica del budismo o por el desalentador paso de los años, pero la peste de los selfies, es responsabilidad de los inventores de teléfonos con cámara frontal y de las ganas de poner una imagen en nuestros twits, para hecerlos más llamativos y destacarnos de las masas.
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